Ayer tuve que enfrentarme al hecho de ver a mí adorada Candy, mi Les Paul Traditional 2013, en dos piezas tras una desafortunada bajada mía de la carroza que nos transportaba en La Cabalgata de Reyes en Gijón. Al llegar a casa, y antes de que Antón guardase meticulosamente las dos piezas en su funda dura (la cual, por comodidad, no llevé y ahora maldigo el puto momento), le saqué una foto y la colgué en las redes sociales de Facebook e Instagram. La mayor parte de los comentarios fueron positivos, demostrando la empatía que uno espera en estas circunstancias, pero hubo unos cuantos que me chocaron, ya que en mi opinión estaban absolutamente fuera de lugar.
Sí, es cierto, tengo unas 28 guitarras y no me quedo descalzo sin Candy, pero el encontrar tu instrumento ideal, tu Stradivarius, es mucho más complicado de lo que parece. Uno no sabe lo que quiere desde el primer momento. Requiere años de experiencia y experimentos de prueba-error el saber exactamente lo que se busca. Por ejemplo, la forma del mástil, su perfil, el contorno del cuerpo, el ajuste…
Todos esos factores no son producto de un día, sino una concatenación de experiencias que construyen una imagen idílica de tu plataforma para desarrollarte en las mejores condiciones musicalmente.
La relación, por lo tanto, entre un músico y sus instrumentos es mucho más compleja de lo que puede aparentar a primera vista, y el juzgar ese factor con ligereza hace que me ofenda con mucha facilidad. A mí que no me hablen ahora mismo de filosofías baratas y cosmogonías para estar por casa en zapatillas de cuadros y batín de boatiné. Se me ha roto un pedazo del alma y punto.
Sí que es cierto que es algo material, y por mucho que joda, deprima y duela, ni una lágrima derramé ante el doloroso espectáculo. Me acordé del dolor que sentí cuando Gato murió y me pareció una futesa en comparación. Puede que ahora mismo no tenga ganas de subirme al escenario sin la niña de mis ojos, pero soy un profesional, y al menos lo que tengo apalabrado hasta ahora, lo cumpliré.
Eso me lleva a otro asunto, que es cuánto me apetece tocar últimamente. La respuesta es que en mi casa, muchísimo y afuera, nada. La razón es, precisamente, que ahora mismo, que es cuando necesito tocar y cifrar, a mí ya no me contratan ni los habituales. Creo que he quemado el terreno, o creo que tal vez cierta gente crea que lo he hecho, porque yo entro en un bar cargando con la guitarra y la gente me pregunta si voy a tocar con cierta ilusión, lo cual me hace muy feliz, ya que un artista pierde muchas cosas sin su público. No sé si Vincent Van Gogh hubiera sido más feliz con gente que admirase y comprendiese su trabajo, pero Vincent es siempre un sitio donde reflexiono por qué y para qué hago las cosas, porque aguantar a una persona que requiere de un cierto grado de desesperación para ejecutar su trabajo es duro. Pregúntenle a mi banda. No siempre es fácil para ellos y yo soy muy consciente del infierno que puedo desatar.
Para finalizar este testamento (o ladrillo, como clasifican mis amigos a estos textos largos míos), simplemente dejar clara una cosa: yo soy un trabajador más. A mí nadie me regaló en su vida nada, ni las púas ni las cuerdas, ya para no hablar de amplificadores o guitarras. Cada vez que hago una inversión en un instrumento sudo tinta china para pagarlo. Cuando me sucede algo como lo de ayer tengo que desembolsar una generosa cantidad de parné para sufragar los gastos que requiere una reparación de este calibre. Yo soy igual que todos los mortales que simplemente soñamos con llegar a fin de mes, y si es con algo de holgura, ya fiesta medieval. No me sean cretinos y presupongan que mi situación, que no es otra que la de mileurista, hace que pueda sobrellevar el coste que conlleva el poseer la maquinaria que yo he ido almacenando para poder sacar partido a mis capacidades bajo cualquier circunstancia.
Sean más inteligentes. Muestren su empatía. Créanme que se agradece.
Soy de Getxo y te vi en la Cabalgata. Flipé. Y pregunté quiénes erais. Y muy bonito esto que escribes. Un saludo desde Getxo y adelante, a tu bola. Nada debes. A ver si algún día te veo en directo.
Soy de Getxo y te vi en la Cabalgata. Flipé. Y pregunté quiénes erais. Y muy bonito esto que escribes. Un saludo desde Getxo y adelante, a tu bola. Nada debes. A ver si algún día te veo en directo.
Se nota que amas este jodido oficio y reconocer tu situación te hace más grande, por que ser grande no es tener un puñado de exitos, y averse prostituido musicalmente con grandes discográficas, ser grande es seguir haciendo lo que más te gusta, seguir haciendo felices a tus fans, tener la cabeza bien alta de no a ver dejado tirado a ningún compañero. No es sencillo y no corren buenos tiempos para el rockandroll, pero cuando los hubo? Eres una inspiracion y ejemplo para muchos músicos que ni si quiera tenemos público…