Hay un punto donde, si uno dedica las horas que yo le dedico a mover neuronas, tienes que decir «basta, se acabó». Miles de pensamientos e interminables horas de análisis se agolpan en mi cabeza, como una multitud desordenada en el metro de cualquier ciudad cosmopolita en hora punta, amontonándose sin orden y sin realmente querer hacerlo.

Una de esas ideas que florece muy a menudo entre los pliegues de mi cerebro es un concepto que leí hace muchos años acerca de los signos que marcan cuándo una civilización entra en decadencia, y no es otra cosa que el momento donde la estética tiende a suplantar al Arte. En el instante en que no existe una filosofía que proporcione unas bases para lo que estés desarrollando, solamente estás pintando la mona y poniendo poses frente a la cámara. Puede que luzcas bien, pero de ahí no pasas porque no hay profundidad.

Mi lectura personal, y no tiene porqué ser compartida, es que algo se apagó en la creatividad colectiva, salvo unas cuantas honrosas excepciones, y no vamos a ninguna parte. No voy a hablar de técnica musical, es decir, de reglas armónicas, porque en mi opinión la matemática ha de quedar absolutamente fuera de juego en el Arte de la composición, pero es que yo creo que componer debe de ser un acto de transgresión. Pues ese enfoque ha dejado de existir. Se compone para quedar bien y estar dentro de un monótono mainstream. Como digo, hay excepciones, pero la norma general musical es la monotonía cordal. Todo es predecible.

Por supuesto, podemos aducir que voy a cumplir 57 años y mi tren dejó la estación hace mucho. Además, mi modus vivendi dista bastante de ser ejemplar, excepto si lees a Bukowski. Pero lo cierto es que yo percibo a mi alrededor un conformismo generalizado en todos los ámbitos, desde la esfera social hasta la política. Nos quejamos de todo, pero no luchamos contra ello, excepto en las redes sociales, pero es que quedamos tan cool, ¿verdad?

Pero voy a intentar dejar de divagar e ir a sitios concretos. Doy clases hace 23 años en Oviedo, pero me dedico a ello desde mucho antes. Pues bien, hace que no veo un buen guitarrista unos 20 años. Quiero decir que no veo uno que despliegue un talento natural y una conexión física y mística con el instrumento, no que no existan buenos intérpretes potenciales. Voy a poner un caso concreto, pero para ello, antes voy a referir una historia sobre el único sujeto del que soy capaz de dar una opinión irrebatible: yo.

Cuando empecé a tocar, lo único que quería era ser parte de una banda, y jamás vi mi ridículo mote en el parche frontal del bombo de una batería. Mi ídolo era John Lennon y todo lo que quería hacer era lo que hacía John (la mayor parte del tiempo), que era rasgar acordes con buen ritmo y dar aullidos salvajes frente a un micrófono, eso sí, aullidos afinados. Cuando mi primera banda me dijo que tal vez mis primigenias composiciones necesitaban algunos solos de guitarra, mi respuesta automática fue que a quién íbamos a llamar. Sus caras fueron un poema. Cuando vi lo que realmente estaban proponiendo, me aterré. Yo no me veía como un solista potencial. Sabía que era un buen rítmica, porque llevaba muchos acordes y podía cantar a la vez, incluso si estos iban a contratiempo. Era (y soy) un producto de mi época, y la New Wave era el sitio donde me sentía cómodo, desde The Police a Fischer-Z, pasando por The Jam, Sex Pistols o Code Blue, pero tocaba esos temas haciendo todas las trampas posibles y saltándome los solos. Soy, y sigo siendo, un jugador de equipo. No valgo para los divismos, pese a que la opinión general es que debería de sacarme un máster en ello. No saben la cantidad de fachada que hay que construir para ocultar una fragilidad galopante. Odio a esa gente, la verdad.

Pero no me quedó otra que acceder y ponerme las pilas, y para ello, lo quieras o no, hay que competir. No es que toques mejor que Fulanito o Menganito, es que tocas diferente y eso te define como instrumentista. Sin embargo, en la mayor parte de los casos, con excepciones, lo que soy es un músico de apoyo.

La cuestión, para no desviarnos, es que encuentro una absoluta falta de técnica en la mano derecha (si no eres zurdo, claro) en todo el mundo a quien doy clase. Pueden ser capaces de seguir un ritmo, digamos «regular» (me refiero a que sea algo par y predecible, como «un-dos, un-dos»), pero les pongo un ejemplo con un solo acorde y un ritmo tipo San Bo Diddley y se acabó. Bo Diddley hizo este tipo de cosas en los 50. Hace ya más de setenta años, y yo lo tocaba con naturalidad desde el segundo uno, tal vez porque era parte de la música que escuchaba con mis amigos.

Se lo dije a mis chicos y chicas: os falta chigre (bar, sidrería o pub en asturiano). Si tienes que tocar solo con una guitarra acústica en un bar, la cantidad de percusión que sepas generar en tu mano derecha (la izquierda también tiene su parte en esto) es lo que va a mover a la gente. Pues es una utopía, por lo visto.

Cambiando de tercio, pero recuperando el enfoque principal de mi disertación, en el concierto del Acapulco del otro día, también se vieron mis diferencias conceptuales frente a mis compañeros. No fue un buen concierto mío por muchas razones, pero la principal fue que arriesgué, y mucho. No fui a asegurar. Arriesgué y perdí. No me gusta ir a lo seguro. Necesito desafiarme a mí mismo constantemente, al igual que un montañero necesita constantemente retos más difíciles.

Si has llegado hasta aquí, querido lector o lectora, que sepas que lo que has leído no es más que un preludio de mis frustraciones más profundas. En la segunda parte de esto, si es que me encuentro de humor para escribirla, pretendo exponer las razones por las cuales mi disco, si bien está prácticamente grabado a excepción de las voces, está varado en un dique seco. Lo primero, en este mundo, no le veo el sentido, y es muy difícil poner ilusión en algo a lo que no le ves el sentido. Lo segundo, necesito un tiempo sin hacer nada de nada, para ver si encuentro la inspiración que no tengo cuando estoy obligado a seguir una rutina diaria con patrones estrictos. Por último, soy jugador de equipo y necesito que alguien valore si la dirección que tomo con las letras es la correcta o simplemente es una maldita basura con ínfulas literarias, más aún cuando el idioma en que compongo no es el mío, pero es que a mí (salvo, como siempre, contadas pero honrosas excepciones) no me gusta la música en español.

En fin, lo dicho. A ver si uno de estos días me encuentro de humor para rematar este escrito.

Compartir esto